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sábado, 28 de enero de 2012

Dom 29 I 12. La Sinagoga de Cafarnaum: Espíritu impuro, doctrina nueva


Publicado por El blog de X. Pikaza

Dom 4, tiempo ordinario. Ciclo B. Mc 1, 21-28 Jesús viene a pescar para el Reino y en honda paradoja su primer lugar de pesca será Cafarnaúm, una pequeña población (no ciudad) junto al mar de Galilea, y, dentro Cafarnaúm la sinagoga, casa de enseñanza y oración, donde se juntan los judíos para cultivar su ley sagrada. Sin duda, el evangelio Marcos está proyectando hacia la historia anterior su experiencia misionera, en torno al año 70 d.C., en un tiempo en que las sinagogas se han vuelto espacio de diálogo y disputa entre judíos seguidores de Jesús y judíos fieles a las tradiciones de los rabinos; pero es posible que su narración refleje una experiencia histórica muy significativa, que quiero comentar paso a paso.

Dentro del contexto de Galilea donde él va a moverse, anunciando el Reino, Jesús aparece aquí en Cafarnaúm. No era una ciudad estrictamente dicha, sino una población de campesinos, artesano y pescadores, que no pasaría de mil habitantes, pero que se hallaba bien comunicada, tanto por mar como por tierra en la zona central de la Baja Galilea, en el reino/tetrarquía de Herodes Antipas, aunque muy cerca de la demarcación de Filipo (y de una de sus ciudades importantes, que era Betsaida. Tenía una guarnición militar con un centurión (según Mt 8, 5), un puesto de “aduana”, con un recaudador de impuestos, llamado Leví (Mc 2, 14) y una sinagoga, donde entrará Jesús para realizar su primer gesto (la imagen de las ruinas de la sinagoga pertenece a un momento posterior, pero el lugar donde se hallaba debe ser el mismo).

EN LA SINAGOGA DE CAFARNAUM

Mc 1 21 Y se dirigieron a Cafarnaúm y de pronto, en el sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 La gente estaba admirada de su enseñanza, porque los enseñaba con autoridad, y no como los escribas.

Jesús va con sus cuatro pescadores, en gesto provocativo de pesca de Reino. Pues bien, el primer momento de esa pesca es la enseñanza. Sus cuatro acompañantes pescaban echando la red; Jesús lo hace enseñando (edidasken), precisamente allí donde los judíos se reunían para aprender (en la sinagoga).

1. Cafarnaúm.

Jesús que había ido de Nazaret al Jordán (1. 9), no ha vuelto a Nazaret, para comenzar allí su tarea, sino a Cafarnaúm. Quizá esto se debe al hecho de que no era bien aceptado por sus familiares (como veremos en 3, 31-35) y por la gente de su aldea (6, 1-6), apareciendo así como “profeta sin honra en su patria” (6, 4).
La elección de Cafarnaúm puede obedecer también a otras razones de tipo social y religioso. Según Marcos, Jesús no visita la ciudades paganas del entorno de Galilea (Tiro, Escitópolis), ni tampoco otras ciudades “judías”, como Séforis (a unos seis km de Nazaret) o Tiberíades, no lejos de Cafarnaúm. Eso se debe probablemente al hecho de que quiere ser profeta campesino y porque cree que sólo en ese contexto puede anunciarse y llegar el Reino de Dios, pues las ciudades están “contaminadas” por una estructura de fuerza (división social) que se opone al evangelio .

2. Y de pronto en el sábado .

Al describir los seis días de las obras de Dios (Gen 1, 26-32), la Biblia sabe que la creación de todas las cosas ha culminado en el surgimiento de los hombres. Pero la Biblia parece saber que hay algo después del hombre: el Sábado de Dios, es decir, Dios mismo como descanso y plenitud de todo lo que existe (Gen 2, 1-4). En ese día séptimo, Dios ya no actúa, no crea cosa alguna, sino que “es”, descansa en sí mismo, se limita a ser la realidad y sentido de todo lo que existe. Entendido así, el sábado constituye la institución fundamental judía, desde una perspectiva de sacralidad cósmica y de unión del hombre con Dios.

Si ponemos de relieve ese sentido del sábado, el hombre no es un simple ser en el mundo, como a veces se ha dicho, sino un ser para Dios. De esa forma se expresa la polaridad o paradoja viviente de la realidad. Por un lado, todo es para el hombre, como sabe Gen 1, 26-31, de manera que el trabajo y el dominio del hombre sobre el mundo tienen máxima importancia. Pero, al mismo tiempo, ese trabajo y dominio del hombre integran en el descanso sabático del mundo, día en que el hombre no trabajo, sino que integra en el gozo de Dios.

Conforme a esa visión, desde la perspectiva de conjunto del Antiguo Testamento (Ex 20, 10; Dt 5, 14), más que por sus obras, el hombre se define por el sábado que es tiempo de armonía interior, de unión con Dios y descanso: Dios ha hecho a los hombres para que gocen y celebren la vida sobre el mundo. De ese sábado de Dios en el mundo han tratado de un modo minucioso los rabinos de Israel, de manera que sus reflexiones, contenidas en la Misná y el Talmud, constituyen la expresión más intensa de la importancia de un descanso que vincula a los hombres con Dios. En esa línea se ha podido afirmar que el hombre es imagen de Dios porque celebra el sábado, porque descubre y recrea cada siete días, con su propia vida, la armonía sagrada del tiempo (semana) y del espacio (cosmos), acompañando a Dios en su misterio de Vida y Alabanza

Este sábado es el signo de una armonía que los hombres buscan y desean, aunque todavía no logrado; ellos no la buscan sobre un cielo más allá, sino en la misma tierra, que es revelación de la plenitud de Dios, donde pueden celebrar el sábado como cumplimiento y superación del trabajo de los seis días de la semana, experiencia de comunión con el descanso y plenitud de Dios. La apocalíptica del III a.C al II d.C. ha reflexionado mucho sobre ese día, entendido como superación del ritmo semanal del tiempo y como promesa de su culminación (así lo muestra el libro de los Jubileos, con sus semanas de siete semanas de años): cuando llegue el final de la Séptima Semana empezará el descanso de Dios, la utopía de la tierra ya pacificada. Todo esto significa que, por encima del despliegue del mundo, que tiende a cerrarse en los seis días de la creación presidida por el hombre, se extiende el sábado de Dios, que se expresa en la liturgia de gozo y alabanza del mundo, que se une con el hombre para proclamar la fiesta de Dios que supera todas las cosas del mundo.

Entendido así, el sábado no es objeto de un mandato, ni de una obligación negativa (¡simplemente no trabajar!), sino comunión del hombre en el gozo de Dios, que se expresa y encarna en el conjunto de la creación y, de un modo especial, en la propia vida humana En esa línea, el Jesús de Marcos reconocerá el valor del sábado de Dios, pero añade que en su centro está el hombre, de manera que no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre, como dirá 2, 27.

c. Entrando en la sinagoga.

Las sinagogas eran lugares donde los judíos se juntaban para escuchar las Escrituras, para orar y para resolver los problemas de la comunidad. Habían nacido a finales del siglo II a.C. y vinieron a convertirse pronto, ya en tiempos de Jesús, en una institución básica del judaísmo, que de ahora en adelante no se define por el culto (por los sacrificios del templo de Jerusalén), sino por la asociación voluntaria de personas y grupos que se reúnen para estudiar la Ley y consolidar sus vínculos de pueblo.

En tiempos de Jesús y de la primera iglesia, la palabra sinagoga se aplicaba de un modo preferente a un grupo de judíos que se reúnen para estudiar y orar; pero también se aplicaba ya a la casa de reuniones donde se vinculaban y asociaban los judíos, de un modo organizado, en asambleas celebrativas, educativas y festivas, para desarrollar el culto de la palabra (escuchar los textos sagrados) y orar en común.

Al principio, las sinagogas se tomaban como un refuerzo o ayuda, junto al templo, que seguía siendo el centro del judaísmo. Pero ellas fueron tomando cada vez más importancia, de manera que en el tiempo de Jesús (y especialmente en el tiempo de la redacción de Marcos) estaban apareciendo ya como institución básica de un tipo judaísmo presidido por escribas, buenos estudiosos de la Ley, que se han vuelto padres del pueblo que emerge y se consolida tras la caída del templo (70 d. C.), en contraste con el cristianismo, representado por el Jesús de Marcos, que aparece ya aquí en contraste con la sinagoga.

En ese contexto se entiende este pasaje. Precisamente donde el pueblo cultivaba y mantenía su pureza, ha venido Jesús y ha encontrado al hombre impuro. La ley sinagogal no ha podido curarle, la escuela no ha podido educarle. Sólo la nueva enseñanza de Jesús le sana. Lógicamente, Marcos está proyectando hacia la historia de Jesús su propia experiencia de evangelio (que se ha convertido en motivo de disputa en las sinagogas). Pues bien, en ese contexto nos dice que Jesús no ha comenzado a realizar su pesca (liberar endemoniados) en aquellos lugares que podían parecen más contaminados (casas públicas, mercados, caminos…), sino que ha venido al corazón de la pureza judía (sinagoga) como indicando que precisamente allí, en el espacio que debía ser más limpio, el día de la gran pureza (sábado) hay un hombre hundido en gran necesidad, poseído por un espíritu impuro (akathartô) .

d. (Jesús) enseñaba y se admiraban de su enseñanza…

Jesús entró para “enseñar” (edidasken: 1, 21) y su enseñanza produjo el asombro de los oyentes, porque actuaba como alguien que tiene autoridad (exousia), y no como los escribas (1, 2l). El final de relato refuerza esa novedad de Jesús, con el comentario de la gente que dice: tiene una enseñanza nueva con autoridad (1, 27). Esto significa que no va a las sinagogas para estudiar y discutir con los Escribas, partiendo de la autoridad de una Ley (Escritura), que ellos comentan e interpretan, sino que actúa como alguien con autoridad propia, que no se limita a interpretar lo dicho, sino a decir algo nuevo, de manera poderosa.

Ciertamente, el acepta y “cumple” la Escritura, pero no sometiéndose a ella, para discutir sus interpretaciones, sino recreándola con su vida y su palabra. No va a la sinagoga para renovar algunas enseñanzas, sino para enseñar curando, es decir, para liberar a los hombres dominados por Satán (por sus demonios sociales y religiosos). Lógicamente, su evangelio es palabra sanadora. Frente a la ortodoxia práctica de una institución que se cierra en la letra de unos códices fijados, Jesús desarrolla una actividad “sanadora” a favor de los enfermos y/o endemoniados .

e. Pues les estaba enseñando como alguien que tiene autoridad y no como los escribas.

Viene con cuatro acompañantes (pescadores de hombres) para liberar a un poseso (que está bajo el poder de Satán, con quien Jesús se enfrentó: 1, 13), el primer destinatario de su pesca de Reino. Viene buscando allí donde debía encontrarse todo limpio, una sinagoga donde sufre (malvive) este hombre, que es signo de los oprimidos por los varios "demonios" de este mundo: enfermos, marginados, destruidos por la patología social y religiosa. Desde aquí se distinguen los escenarios:

− Hay una mala escuela/sinagoga, dominada por escribas (gentes de escuela, de lectura y escritura) que mantienen una enseñanza vinculada a tradiciones de ley que deja al hombre en manos de su propia enfermedad, dominado por espíritus impuros que brotan de su misma religión. La ley sacral de esos escribas (¡no el judaísmo como tal!) se muestra así inútil: no consigue sanar al enfermo, quizá aumenta su opresión con nuevas opresiones. La misma estructura religiosa (en este caso sinagoga) es fuente de impureza .
− Jesús ha ofrecido en esa sinagoga su enseñanza nueva (cf. 1, 27: didakhê kainê) con autoridad para sanar. No viene a enseñar interpretaciones de leyes, sino a curar a los posesos y enfermos, para que puedan ser personas… No cura como mago, con ensalmos de misterio sino como maestro humano, con una palabra de enseñanza que desata, libera, purifica al ser humano que se hallaba oprimido dentro de una escuela/sinagoga que educa para la opresión

En este contexto se entiende ya la decisión de Jesús: no quiere una simple “reforma” de la sinagoga, como la que hará el rabinismo posterior, sino una ruptura y superación del sistema de las sinagogas. Por ahora no hay nada decidido.

1, 23-24. UN HOMBRE CON (EN) ESPÍRITU IMPURO

Mc 1, 23 E inmediatamente en la sinagoga de ellos había un hombre en (con) espíritu impuro, que se puso a gritar: 24 ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: ¡El Santo de Dios!

Resulta difícil encontrar un signo más hiriente. La sinagoga debería ser espacio de pureza, hogar donde los hombres forman la familia de Dios, en clara libertad. Pues bien, en contra de eso, Jesús sabe que la misma sinagoga mantiene al ser humano impuro, cautivado. Por eso viene, con cuatro compañeros, para pescar en gesto solemne al pobre endemoniado, primer destinatario de su reino.

a. Un hombre en espíritu impuro…

Jesús no clama en el desierto, esperando que los hombres vengan, como hacía Juan. Le hemos visto a la orilla del mar, llamando a unos pescadores. Más tarde le veremos enseñando en los caminos, y también junto al mar (cf. 3,7-12). Pero ahora, por imperativo de su propia formación (raíz) judía, tiene que acudir a la sinagoga que convoca y reúne a los creyentes normales de su pueblo. Aprovecha el sábado, día en que los fieles se reúnen, para así enseñarles, como judío cumplidor que tiene una palabra.

Aunque Marcos dice que la sinagoga era de ellos (autôn), como indicando la ruptura que ya empieza a darse (hacia el 70 d. C.) entre cristianos y judíos rabínicos, aunque es evidente que en tiempo de Jesús no había tales divisiones. El profeta galileo entra de forma normal en esa casa/sinagoga y enseña de manera programada dentro de ella. Pues bien, Marcos introduce aquí un rasgo sorprendente: en la sinagoga hay un hombre “en espíritu impuro” (en pneumati akathartô).

Ésta es un hombre está “dentro del espíritu” y no el espíritu dentro del hombre”. Es un hombre que está, al mismo tiempo, en la sinagoga y en el espíritu impuro (en ambos caso se emplea la misma partícula: en). La presencia de este endemoniado (poseído por Satán) va en contra de todos los esfuerzos de separación y santidad que ha trazado (está trazando) el rabinismo, a partir de unos principios recogidos de Lev 1-16. Ciertamente, las autoridades judías no parecen saber que ese hombre es impuro; si lo hubieran conocido, si supieran que está “dentro de Satán”, mientras externamente habita en esta sinagoga, lo hubieran expulsado de su compañía (o hubieran transformado la sinagoga).

Posiblemente, Marcos habla aquí con ironía sobre los escribas, que no logran liberar como Jesús, sino que imponen con detalle las leyes de pureza (cf. 7,1-23), pero son capaces de ver que “en” su sinagoga hay un hombre” “en” espíritu impuro. ¿Cómo explicar eso? ¿Por qué razón sigue habiendo endemoniados en aquella sinagoga? El texto ha respondido con toda nitidez: ¡por la impotencia de la enseñanza de los escribas!

b. Diciendo: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo…?

Tenían que haber hablado los escribas, que son los que están más implicados en las sinagogas, lugares donde ellos interpretan con rigor y precisión la ley, mientras otros, como este endemoniado, siguen impuros, sin que nadie pueda limpiarles. Discuten los sabios y el poseso calla, dominado por su enfermedad, como aplastado por su misma sensación de desamparo y dependencia. Parece que todo está normal, hasta que llega Jesús, y ahora son los letrados los que callan, mientras la gente sabe discernir (¡trae una enseñanza nueva, con poder, no como los escriba! 1, 22) y este endemoniado grita, es decir, muestra su necesidad, interpelando Jesús y retándole en el fondo.

Como he dicho, los escribas callan, pero el endemoniado, antes silencioso, grita, hablando primero en plural (como si estuviera poseído por la totalidad de los demonios) y luego en singular: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: ¡El Santo de Dios! Con su presencia y enseñanza, Jesús despierta la voz de los que antes estaban en silencio y que ahora estallan, provocándole de un modo directo, de manera que así pueden ser descubiertos y vencidos .

Es significativo que Marcos no realice aquí ningún esfuerzo por comparar el contenido teórico de la enseñanza de Jesús con la enseñanza de los escribas, a través de una disputa escolar. Evidentemente, no le interesa, pues él no trata de exponer doctrinas, sino de iniciar un camino mesiánico de vida, a partir de Jesús. Sobre contenidos doctrinales y disciplinares discutían hasta el puro agotamiento los escribas, sin lograr grandes cambios. En contra de eso, la verdad de la enseñanza de Jesús se identifica con su propia autoridad, que se expresa a través de la conmoción que empieza suscitando en los posesos.

e. Eres el Santo de Dios.

Esta confesión del poseso muestra que Jesús está realizando ya lo que había “prometido” Juan Bautista: Bautiza a los hombres con el Espíritu Santo (Pneuma Hagion: 1, 8). Por eso descubre y expulsa a los espíritus impuros, es decir, no santos (pneumata akatharta: 1, 23.27). Lógicamente, por la atracción que suscitan los contrarios, esos mismos espíritus, que se saben impuros, descubren el poder de santidad de Jesús, diciendo que le conocen y así le confiesan diciendo: Eres el Santo de Dios (ho Hagios tou Theou, 1,24), es decir, aquel en quien se expresa el Espíritu Santo.

Marcos nos sitúa así en el centro de la polémica que había (en torno a los años 70 d.C.) entre los discípulos de Jesús y los judíos rabínicos, que están surgiendo también como grupo, en este momento. (a) Para los judíos rabínicos, impuro es aquello que va en contra de las leyes rituales del pueblo (como veremos en 7, 1-23); por eso, mientras no rompa esas leyes, el endemoniado puede seguir en la sinagoga. (b) Para Jesús, en cambio, impuros son los que están “poseídos” por un “espíritu”, oprimidos, sin liberad, viviendo fuera de sí mismos.

Marcos nos lleva así al contexto de la tentación (1,12-13), para mostrarnos que Satán es la fuente y expresión de lo impuro, es decir, de aquello que destruye al hombre, impidiéndole vivir en libertad. En contra de eso, Jesús aparece ya como “el Santo (ho hagios) de Dios”, esto es, como el mismo Dios Santo, que se hace presente en forma humana, con poder para destruir (apolesai: 1, 24) a los espíritus impuros, que en sí mismos no son, no tienen entidad propia, y sólo viven (gritan) en la medida en que destruyen a los hombres .

En ese sentido, la misma venida de Jesús es su enseñanza: «Has venido (êlthes) para perdernos…». Jesús no tiene que decir nada (por ahora); su misma venida es enseñanza. Este endemoniado le conoce y sabe que “ha venido” de Dios y que su autoridad se identifica con su misma potencia sanadora. Frente a la sinagoga que impone una enseñanza que no cura, sino que regula y organiza lo que existe, ha venido Jesús desde Dios para ofrecer una presencia/enseñanza que cura y transforma .

La mentira y verdad de los “endemoniados” se expresa en su manera de hablar, como muestra la escena de este hombre, que está viviendo “dentro” de (en) el espíritu impuro y que por eso dice en plural (lo demoníaco es pluralidad): ¿Qué tenemos que ver contigo? ¿Has venido a perdernos (hêmas)? Hablan, según eso, los demonios “propietarios” del hombre, que reconocen a Jesús y no quieren tener relación con él. Como en el caso de la legión de demonios que veremos en la tierra pagana de Gerasa (cf. 5, 9), emerge aquí el colectivo de demonios de este hombre de la sinagoga. Pero luego, en un segundo momento, ese poseso añade en singular: ¡Oida, yo sé…! . En el momento en que habla así, en primera persona (yo sé…), y conoce a Jesús, llamándole “el Santo de Dios”, este hombre empieza a estar curado, pues ya no es un grupo, sino una persona: ha visto en Jesús algo nuevo, la presencia de la Santidad de Dios (el Espíritu Santo) y al verlo y saberlo queda transformado, pues sabe que hay algo distinto a su locura .

1, 25-26. JESÚS CURA AL POSESO

Mc 1, 25 Y le increpó diciendo: ¡Cállate y sal de él! 26 Y el espíritu impuro retorciéndole violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él.

He tratado ya del tema de los exorcismos en la introducción, al hablar de los “signos” o sacramentos del evangelio y volveré ocuparme de ellos en otros lugares de este comentario (cf. 3, 20-30, disputa sobre Satán, y 9, 38-41, el exorcista no comunitario). Pero, en este contexto, con ocasión del primer exorcismo de Jesús en Marcos, quiero recoger, con más extensión un ejemplo muy conocido de Flavio Josefo. El tema de fondo no es una enseñanza teórica, sino un conflicto de autoridad (de competencia) entre Jesús y otros grupos judíos, entre los que había también exorcistas famosos:

Dios también lo capacitó (a Salomón) para aprender el arte de expulsar a los demonios, ciencia útil y curativa de los hombres. Compuso encantamientos para aliviar las enfermedades y dejó una manea de usar los exorcismos mediante los cuales se alejan los demonios para que no vuelvan jamás. Este método curativo se sigue usando mucho entre nosotros hasta el día de hoy; he visto a un hombre de mi propia patria, llamado Eleazar, librando endemoniados en presencia de Vespasiano, sus hijos y sus capitanes y toda la multitud de sus soldados.

La forma de curar era la siguiente: acercaba a las fosas nasales del endemoniado un anillo que tenía en el sello una raíz de una de las clases mencionadas por Salomón, lo hacía aspirar y le sacaba el demonio por la nariz. El hombre caía inmediatamente al suelo y él adjuraba al demonio a que no volviera nunca más, siempre mencionando a Salomón y recitando el encantamiento que había compuesto. Cuando Eleazar quería convencer y demostrar a los espectadores que poseía ese poder, ponía a cierta distancia una copa llena de agua o una palangana y ordenaba al demonio, cuando salía del interior del hombre, que la derramara, haciendo saber de este modo al público que había abandonado al hombre. Hecho esto quedaban claramente expresadas las habilidades y la sabiduría de Salomón. Por esas razones, todos los hombres pueden conocer la vastedad de los conocimientos de Salomón y el cariño que Dios le tenía .

Josefo sitúa esta escena en el contexto de la guerra judía (67-70 d. C.), convencido, al menos estratégicamente, de que Dios ayudaba a los romanos. Lógicamente, según este relato, Eleazar, sabio exorcista judío, que aparece como nuevo Salomón, no promueve la guerra contra Roma, sino que despliega ante el general romano (futuro emperador) sus poderes sacrales, en un gran espectáculo de magia, mientras su pueblo está siendo derrotado en el campo de batalla. A juicio de Josefo, los verdaderos judíos, herederos del poder y realeza del antiguo Israel, no fueron los celotas y otros partidarios de la guerra, sino aquellos que, aceptando a Roma, cultivaban los aspectos sacrales (cultuales) y legales de su tradición, como este nuevo hijo de David (nuevo Salomón, a quien se presenta como exorcista más que como rey) .

Y (Jesús) le increpó. Había empezado enseñando (1, 21), quizá en una línea más doctrinal, pero la irrupción y exclamación del poseso ha marcado el rumbo posterior de su acción, al gritar y preguntarle en el fondo: “para qué ha venido”. Quizá Jesús no sabía lo que era la locura (posesión) y ahora lo descubre en la sinagoga. Este poseso le “reta” y él acepta el reto y le responde, iniciando de esa forma un camino de exorcismos que marcarán su actividad.

Calla y sal de él. La palabra calla (phimôthêti) tiene un sentido fuerte, como si Jesús quisiera poner un bozal a los “espíritus impuros”, que han conocido su identidad (le llaman el Santo de Dios). Jesús sabe que es verdad lo que dicen los espíritus (en un plano de poder religioso), pero sabe también que la verdad teórica no sirve (ni la religión, a ese nivel), pues él no quiere entrar en “diálogo” de razones con las razones demoníacas, que son mentirosas y destructoras, sino liberar a los endemoniados. Jesús podría haber aprovechado el reconocimiento satánico (le llaman “Santo de Dios”), pero no lo hace, porque esa primera confesión, siendo en sí verdadera (él es el santo de Dios) está dicha con mentira. Este pasaje de Marcos nos sitúa ante la primera demostración de una “patología religiosa”, que utiliza la verdad externa de sus formulaciones para mentir y dominar mejor (como han hecho a veces los poderes religiosos). Por eso, la única respuesta ante esa “patología” (que es causa de locura humana) es ¡calla y sal de él! Jesús actúa así, con autoridad (cf. 1, 22), para que el endemoniado sea simplemente lo que es: un ser humano, en libertad.

El espíritu impuro le retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él... Estamos ante una “visualización terapéutica”, que muestra la ruptura interior en la que vivía el poseso. Este Jesús de Marcos realiza un signo puramente “humano”, sin empleo de “raíces olorosas”, que expulsan demonios, sin demostración de palanganas de agua derramada (como hacía Eleazar). Jesús sólo apela a la autoridad de la palabra humana, de manera que su exorcismo no se visibiliza en forma de “teatro”, como una demostración para saciar la curiosidad de los espectadores, a la vista de todos, a petición de los curiosos, sino que culmina con una palabra de “silencio” que él exige a los “demonios”, para que no hablen ellos, pues lo que importa es la salud del hombre enfermo, y no algún tipo de poder externo; lo que importa es la curación con la entrega de la vida, tal como vendrá a expresarse al final del evangelio (con la muerte y pascua de Jesús).
Lo que Jesús pone en marcha es un nuevo “conocimiento” (y un nuevo nacimiento, que es lo mismo). El enfermo que antes se sentía “dominado desde fuera”, de manera que hablaban por él voces externas, se vuelve capaz de escuchar a Jesús y de ser él mismo (saberse a sí mismo), liberándose de esas voces (que, evidentemente, le sacuden y retuercen). La misma fuerza del mal, que tenía al hombre dominado, le agita, haciéndole girar y gritar, de manera que la convulsión interna y externa coinciden .

1, 27-28. CONCLUSIÓN, REACCIÓN DE LA GENTE

Mc 1, 27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: ¡Qué es esto? ¡Una doctrina nueva con autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos le obedecen! 28 Y pronto se extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea.

Los escribas mantenían en la sinagoga una enseñanza vinculada a tradiciones de una Ley que, según el Jesús de Marcos, encierra al ser humano en su propia enfermedad, dominado por espíritus impuros que brotan de su religión, que aparecía así como negativa o, por lo menos, como inútil: no conseguía sanar al enfermo, aumentaba su opresión con nuevas opresiones. La misma estructura religiosa (en este caso sinagoga) era fuente de impureza. Pues bien, en contra de eso, Jesús proclama dentro de ella su enseñanza nueva (didakhê kainê: 1, 27) con autoridad para sanar a los enfermos. Esa enseñanza de Jesús no es valiosa por ser más profunda en plano teórico, y más rica en simbolismos literarios o cósmicos, sino porque libera al poseso de la sinagoga (1, 23). No se dice la enfermedad que tenía el poseso (¿ceguera, parálisis?), sino que era impuro, que estaba manchado, viviendo en el interior de un espíritu antihumano, al que Jesús logra desenmascarar, para que le reconozca (¡eres el Santo de Dios!) y se aleje del hombre .

a. Y se asombraban todos.

Esta enseñanza sanadora no produce asentimiento conceptual, sino admiración y asombro, una eclosión de vida, una ruptura de nivel. Jesús rompe los esquemas habituales a los que estaban avezados en la sinagoga; no ofrece una enseñanza entre otras, dentro de la gran variedad de enseñanzas de los escribas, sino que se sitúa (les sitúa) en un plano distinto, de transformación religiosa o, mejor dicho, humana; porque lo que viene a desvelarse en Jesús es el más hondo “poder humano” de sanación.
Ésta es la novedad de Jesús, su autoridad más alta: él permite que los hombres sean simplemente lo que son: seres humanos en libertad, que no estén sometidos a demonios o poderes exteriores, que se habían adueñado de ellos. Jesús sabe que el problema no es Roma y su poder político, sino algo mucho más profundo: el poder de destrucción interna de los hombres y mujeres. Por eso, más que lo que enseña (en plano de teoría) importa cómo enseña. Éste es su secreto: él penetra con autoridad en un contexto que estaba minado por disputas estériles, no para crear una nueva religión, sino para superar todas las formas de religión opresora. Ese es su poder.
Jesús no repite lo ya dicho, no estructura la doctrina en un sistema mejor de teorías para conservar y organizar lo que existe (dejando en su opresión a los posesos), sino sacude e impulsa a los hombres para que cambien y vivan en libertad. No construye una ideología mejor sobre los posesos, no intenta comprenderles en un plano intelectual, conforme a unos principios generales de saber o a unos esquemas establecidos, sino que les enseña a liberarse, haciéndoles capaces de vivir como seres humano. En ese contexto se entiende la frase que sigue: Una doctrina nueva.

b. Una doctrina nueva...

La tradición cristiana ha acuñando el título de nueva alianza o nuevo testamento, para referirse al encuentro definitivo de Dios con los hombres en Cristo (cf. Lc 22, 20; 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Heb 9,15; 12,24; cf. Gál 4,24). Pues bien, Marcos emplea una termología igualmente expresiva que podría (quizá debería) haberse aceptado para interpretar el mensaje de Jesus: una enseñanza o doctrina que es nueva (didakhê kainê, cf. 1,27), no por sus contenidos conceptuales, sino por su práctica liberadora .

Y su fama (akoê) se extendió pantakhou, por toda Galilea, esto es, por la tierra donde ha comenzando a proclamar su mensaje de Reino (1, 14-15) y donde lo culminará (cf. 16, 7). Marcos evoca de esa forma una palabra clave de Is 53, 3, que Pablo ha retomado de un modo triunfal en Rom 10, 16-18: ¡La fama de Jesús se ha extendido a todo el mundo! Esta palabra final retoma una noticia que había aparecido de 1, 5, donde se dice que “toda Judea y todos los de Jerusalén” venían a bautizarse bajo Juan; pues bien, ahora es toda Galilea la que escucha la “fama” de Jesús. Se esa forma se distinguen y vinculan los dos proyectos: el de Juan en Judá/Jerusalén y el de Jesús en Galilea. Por ahora sabemos que el de Juan ha fracasado, en un sentido externo (pues ha sido “entregado”: 1, 14), mientras que el de Jesús se va extendiendo.

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